Blockchain, más allá de la nube I
Tras una resistencia inicial, las entidades financieras vienen adoptando esta tecnología para transformar su negocio. En el artículo que se inicia en esta edición, se analiza cómo ha evolucionado esta alternativa, soporte del bitcoin, en los últimos años y qué uso comienzan a darle los bancos. Paulatinamente, en los últimos años se consolidó la adopción […]

10 Ene, 2017

Tras una resistencia inicial, las entidades financieras vienen adoptando
esta tecnología para transformar su negocio. En el artículo que se inicia
en esta edición, se analiza cómo ha evolucionado esta alternativa, soporte
del bitcoin, en los últimos años y qué uso comienzan a darle los bancos.

Paulatinamente, en los últimos años se consolidó la adopción masiva de Internet en el ámbito corporativo, aportando diversas funcionalidades que, a su vez, se vieron amplificadas por el desarrollo de la telefonía móvil y las nuevas aplicaciones digitales. Uno de los avances más recientes fue un producto que facilitó el acceso a nuevos recursos, de fácil uso, rápido y barato, que permitió superar las opciones hasta ese entonces conocidas. Se trata de la nube (cloud computing), que rápidamente fue adoptada por los usuarios individuales para el tratamiento de ciertas actividades cotidianas, como el manejo de archivos, mensajes, agendas o fotos. Por su intermedio, se puede expandir la potencia de los equipamientos y la oferta de distintas aplicaciones, todo lo cual permite disfrutar de posibilidades negadas a las configuraciones menos complejas. Pronto, algunas pequeñas empresas comenzaron a utilizarla para tareas más complejas de administración de datos y de operaciones. Poco a poco se fueron sumando otras organizaciones, al advertir que podían disponer de sistemas y capacidad de procesamiento y almacenamiento propios de corporaciones de mayor envergadura.

Es entonces cuando se comenzó a emplear la modalidad SAS, como se denomina al software as a service. Esto implica que ya no es imprescindible incurrir en los gastos de inversión necesarios para el equipamiento, desarrollo, procesamiento y mantenimiento de un sistema informático. Por lo tanto, ya no se “compra” sino que se “alquila” la aplicación requerida, el software básico para ejecutarla y el correspondiente hardware, junto con su mantenimiento y actualización. Todo ello es contratado con un proveedor especializado en la prestación de este tipo de servicio. El usuario sólo debe abonar un fee en la periodicidad fijada, lo cual resulta financieramente conveniente si se lo compara con la solución tradicional. Es evidente el beneficio, ya que permite acortar los tiempos de implementación y reducir los costos de inversión, instalación y operación.

Esta solución es posible instalarla en una nube privada, pública o híbrida. La nube es privada cuando se aplica al datacenter del usuario. En cambio, una nube pública puede encontrarse en cualquier lugar del mundo. En el caso mixto, se puede optar por la nube privada para proteger los sistemas críticos y por la pública para aquellos marginales o de menor confidencialidad. Es posible, entonces, armar una estructura de servicios informáticos a la medida de los requerimientos del usuario. Además, se podrá acceder en forma inmediata y con el mismo costo a las últimas innovaciones que ofrezca el mercado. El desafío tecnológico que enfrenta el usuario deja de ser el de preocuparse por todo el proceso necesario para adquirir e instalar las mejoras para el sistema con el que optimizará su gestión y pasa a ser el de encontrar la mejor forma de aplicar esas funcionalidades para lograr ese fin.

A pesar de estas ventajas, había un sector que tenazmente se resistía a adoptarlo. Cualquier sugerencia en ese sentido hecha a los responsables o desarrolladores de los sistemas de las entidades financieras era desechada, casi despectivamente, pues ello implicaba abrir una brecha significativa en la seguridad que protegía a los procesos vitales de sus organizaciones. Sólo algunos, los más avisados, intuyeron que si bien ese era un riesgo innegable e insoslayable, había que tener presente que la novedad podría ser el germen de un desarrollo que validaría los postulados de la Ley de Moore.

Esta ley fue propuesta por Gordon Moore, uno de los fundadores de Intel, que en 1965 advirtió que cada dos años se doblaba el número de transistores de un circuito integrado, es decir que podían realizar más tareas manteniendo su tamaño. Posteriormente, en 1975 señaló que tal ritmo se aceleraría y que la capacidad de integración se duplicaría cada 18 meses. Finalmente, en el año 2007 predijo que en la década siguiente la ley dejaría de cumplirse porque una nueva tecnología sería desarrollada, insinuando una posible conexión entre la biología y la informática. Si bien esto todavía no se ha producido, aunque sí se recurre a un haz de luz para integrar millones de transistores en un único microprocesador, el transcurso del tiempo mostró que un cambio significativo se produciría por la innovación y no por un nuevo tipo de hardware, si bien los avances de este determinan que la ley no pierda vigencia. Una recopilación de lo acontecido hasta el momento permite reformular el postulado de la ley aplicándola a la tendencia, históricamente comprobada, que relaciona un crecimiento exponencial de la calidad, cantidad y alcance de las prestaciones digitales con una reducción equivalente en costos y tiempos. A partir del año 2009, el que abrió el camino para comenzar a explorar esta posibilidad fue el bitcoin, que apuntaba a marginar los sistemas de pago tradicionales, uno de los pilares básicos del negocio bancario. La razón se encuentra en que aquel está sustentado en la tecnología blockchain (cadena de bloques o libro mayor distribuido), que actualmente está provocando un efecto disruptivo similar a la masificación de la información que aportó el big data hace pocos años atrás, cuando se convirtió en el detonante del cambio que modificó radicalmente las contribuciones que podían ofrecer el marketing y las estadísticas.

El blockchain es una base de datos descentralizada en la cual la información debidamente ingresada o actualizada queda asentada sin que pueda ser alterada o eliminada. Es un sistema que, en forma segura, permite registrar, verificar y contabilizar cada operación sin que una autoridad central la valide.

Cada dato se incorpora a un bloque de manera tal que impide introducir cualquier cambio posterior, ya que ese bloque se conecta con el siguiente, de allí el concepto de cadena. Para ello, se recurre a un sinnúmero de “mineros” que aportan sus recursos computacionales descentralizados para registrar cada operación simultáneamente en toda la red. Es decir que se soslaya la acción de un banco central o un administrador de un sistema de pagos para mantener una red de libros mayores descentralizados, independientes y confiables. Cada usuario puede ingresar a su propia base de datos, la cual se encuentra replicada simultáneamente en toda la red y cuya permanencia no se encuentra sujeta a un vencimiento de su validez. Por lo tanto, cualquier cambio debe ser llevado a cabo indefectiblemente en toda la red, teóricamente compuesta de un número indeterminable de registros. Por ello, resulta muy difícil de penetrar, en razón de su complejidad criptográfica y su deslocalización. Este modelo también fue inicialmente resistido por las entidades financieras, aunque ahora han comenzado activamente a revisar esa posición. Diversos factores han contribuido a ese cambio. En primer lugar, advirtieron que no se trata de una curiosidad efímera. Cada día más comercios y proveedores aceptan sin restricciones al bitcoin como medio de pago. También ha influido la escasa incidencia –hasta el momento– de fraudes y delincuencia asociada, a pesar del creciente número de usuarios. En la próxima edición se observará cómo el sistema financiero ha descubierto que la tecnología blockchain, soporte del bitcoin, puede transformar radicalmente las operaciones que se cursan en la back office.

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