El déficit fiscal no es el problema
El Gobierno no logra controlar la inflación. Se niega a controlar el gasto y los pasivos financieros que mantiene el Banco Central con el sistema bancario. Demanda monetaria, indexación y deuda cuasifiscal siempre furon componentes de toda “hiper”.
déficit fiscal

22 Jun, 2022
por Agustín A. Monteverde, Dr. en Economía, consultor y consejero académico en la Fundación Libertad y Progreso

El problema más serio de la economía argentina no es el déficit fiscal, sino el tamaño demencial del Estado y lo que gasta. O lo que es lo mismo: el tamaño y el gasto de la clase política. Todo el gasto es político. Porque se hace política con todos los renglones del gasto y porque el Estado es la personificación de la clase política con sus “capas geológicas” de conchabados.

Una de las manifestaciones de ese problema principal es la inflación de regulaciones, normas elucubradas al solo efecto de justificar innecesarios cargos estatales que hacen imposible la actividad de las empresas y amargan la vida de las personas. Otra es la inflación de los precios, que navega hoy en 60% y va por más.

El presidente Alberto Fernández dijo, recientemente, que le declaraba la “guerra a la inflación”. Si esa es la misión, debemos recomendarle dos blancos estratégicos a bombardear: la Casa Rosada y el Banco Central. Es que “la madre de todas las guerras” es el gasto.

Corresponde llamar la atención sobre ciertas consideraciones particulares que convierten a la actual inflación en algo diferente de la que hemos sufrido en los pasados veinte años. Pasar de una inflación de 20% a otra de 40% no es lo mismo que pasar de esta última a una de 60%. Si bien en ambos casos la escalada es de veinte puntos, alcanzar los actuales niveles plantea una diferencia cualicuantitativa: tasas de inflación tan altas derivan, inevitablemente, en una indexación generalizada de la economía, por mucho que el Estado se niegue a formalizarla de manera normativa. Por cierto, cabe señalar que es el propio Gobierno el que más está haciendo para generalizarla, al colocar a destajo deuda fiscal y cuasifiscal ajustada por inflación.

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Los argentinos se desprenden del dinero tan pronto como llega a sus manos porque saben que en sus bolsillos se derrite como un helado.

Otra diferencia crucial es que este escalón de inflación no es resultado único de la emisión monetaria. De hecho, el ritmo de emisión neta en los pasados meses apenas ha superado el 40%. Entonces, ¿es un fenómeno multicausal y no monetario, como tanto insisten los políticos? Por supuesto que no, es monetario. Pero, como en todo mercado, no sólo incide la oferta sino también la demanda; y lo que indican los registros es que el protagonismo ha pasado a tenerlo la última. Los argentinos se desprenden del dinero tan pronto como llega a sus manos porque saben que en sus bolsillos se derrite como un helado. Al hacerlo, aumentan su velocidad de circulación, que remeda una emisión anárquica, no gobernada por el Central sino por el temor de los ciudadanos.

El otro aspecto a destacar es que, si bien hemos apuntado que la emisión neta ha sido bien inferior a la inflación, la emisión primaria ha sido dramáticamente mayor. Ella no se refleja en la base monetaria estricta sino en la base amplia, que incluye a los pasivos financieros que mantiene el Banco Central con el sistema bancario. Es la llamada deuda cuasifiscal, que de “cuasi” tiene poco y nada, y que es aún más nociva que la contraída por el Tesoro.

La incertidumbre y desatinos del Gobierno, la enorme tensión y precariedad de las variables macro, y la notable distorsión de los precios relativos no anticipan una “hiper”, pero sí un inminente golpe cambiario-inflacionario.

Hoy estos pasivos contraídos con los bancos casi igualan a la totalidad de los depósitos a plazo y duplican al circulante. Con la tasa en alza, forzados a capitalizar intereses y con vencimientos a corto plazo, conforman una verdadera bomba inflacionaria por el solo impacto de esos intereses. Ni hablar de un desarme de esa cartera.

La inflación es la consecuencia monetaria del gasto exorbitante. El desmadre de las erogaciones es un preanuncio de la emisión que sobrevendrá. Sin embargo, una vez que ocurre el salto cualitativo al que nos hemos referido, los tres elementos señalados —protagonismo de la demanda monetaria, indexación y deuda cuasifiscal— la independizan del gasto: aun cuando se refrenara por milagro, la inflación seguiría su curso, impulsada por esos tres factores. Ellos han sido los componentes de toda “hiper”.

La incertidumbre y desatinos del Gobierno, la enorme tensión y precariedad de las variables macro, y la notable distorsión de los precios relativos no anticipan una “hiper”, pero sí un inminente golpe cambiario-inflacionario. La “hiper” no está a la vuelta de la esquina, pero sus semillas han germinado y su silueta comienza a dibujarse en el horizonte.

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