El primer año de mandato siempre ha marcado el tono y la dirección de cada presidente en Argentina, y Javier Milei no ha sido la excepción. Sin embargo, si algo distingue su gestión de la de sus predecesores es la velocidad y radicalidad con la que ha buscado implementar cambios estructurales. La presidencia de Milei parece evocar un «shock de liberalización», mientras que en sus primeros doce meses, las administraciones anteriores se movieron con más cautela en la aplicación de sus políticas económicas.
Cuando Cristina Fernández asumió por primera vez en 2007, lo hizo en un contexto de estabilidad y crecimiento económico. En lugar de recortes, el gobierno de Cristina expandió el gasto público y fortaleció los programas sociales, apoyado en las exportaciones agrícolas y en una economía global favorable. Su mandato de ocho años, en sus palabras, fue un esfuerzo por convertir el Estado en el «motor de la economía» —un concepto que Milei ha calificado de desastroso para el desarrollo argentino—. No obstante, esta política trajo consigo años de crecimiento económico, aunque terminó también en inflación y distorsiones que aún afectan al país.
En su primer año, Mauricio Macri llegó al poder con promesas de cambio y modernización. Su administración también enfrentaba problemas de inflación y déficit, pero optó por un «gradualismo».
La diferencia aquí es clara: mientras Macri intentaba un cambio progresivo y manteniendo una red de seguridad, Milei busca reducir el tamaño del Estado de golpe, confiando en que el sector privado tomará el relevo sin una transición gradual.
Alberto Fernández asumió en 2019 y, aunque el foco inicial de su gestión estaba en la renegociación de la deuda y en la contención social, el impacto de la pandemia lo obligó a un enfoque casi exclusivamente centrado en la crisis sanitaria. Fernández amplió la intervención estatal, confiando en que el gasto público sostendría la demanda y ayudaría a controlar la emergencia económica.
Milei, en cambio, comenzó su mandato rechazando estos controles, y aunque ha enfrentado problemas de inflación, los ha abordado mediante un ajuste fiscal y con medidas de blanqueo de capitales, que, extendido hasta abril de 2025, espera recaudar fondos sin recurrir a una emisión que complique aún más la situación económica.
Milei ha promovido la austeridad fiscal, eliminando subsidios y liberalizando sectores.
Pero esta estrategia no ha sido exenta de críticas: la oposición denuncia la rotación frecuente de funcionarios, argumentando que esto es una señal de inestabilidad interna y falta de claridad en sus políticas. Asimismo, su enfoque abrupto y poco convencional ha suscitado cuestionamientos sobre si el país está preparado para una liberalización de este tipo sin un sistema de contención para los sectores más vulnerables. Sin embargo, sus seguidores ven en este primer año un intento genuino de cortar con las prácticas que han frenado el crecimiento argentino en décadas anteriores.
Comparar el primer año de Milei con el de Cristina, Macri y Fernández deja entrever diferencias no sólo de estilo sino de fondo. La comparación no sólo evidencia un cambio de prioridades, sino un cambio de paradigma. ¿Podrá Milei construir una Argentina sólida desde una economía liberal extrema, o caerá en el riesgo de profundizar la brecha social y las tensiones políticas?
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