La felicidad está asociada, en primer lugar, con la calidad de las relaciones personales, que se han visto seriamente afectadas. El segundo factor es el estado de salud, afectada por la enfermedad de COVID-19 a nivel físico y psicológico. Y el tercero es la situación económica del hogar. El impacto ha sido tan grande que ocupa el primer lugar en las preocupaciones de la gente, aún mayor al mismo coronavirus de la pandemia.
Las cuarentenas prolongadas han ocasionado, también, un shock en la vida de las empresas. De un día para otro los empleados tuvieron que cambiar su modalidad, dejar de ir a las oficinas y trabajar desde sus casas. En un comienzo esto generó un impacto negativo y muchos tuvieron problemas de adaptación y falta de productividad. Las casas no estaban preparadas para trabajar y, menos aún, con la familia entera conviviendo las 24 horas.
Sin embargo, hoy con la vuelta a una mayor normalidad vemos que la mayoría de los trabajadores prefieren un sistema híbrido. Se modificará la forma en que trabajamos e iremos a sistema mixto de presencial con in-home working en los sectores que la actividad lo permita.
Distintas brechas
Un tema importante a observar es la brecha tecnológica. A pesar de los avances en la cobertura de la banda ancha y del gran porcentaje de personas que tienen teléfono móvil, de acuerdo a datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), sólo tres de cada diez trabajadores realizan tareas compatibles con el teletrabajo y dos de cada diez no tienen acceso a Internet fija con banda ancha. Debemos resolver la brecha digital garantizando conectividad y educación digital para todos, porque quienes no tienen acceso a la tecnología quedan fuera del sistema.
La pandemia ha agravado los problemas sociales, políticos y económicos, ha mostrado la dificultad de los sistemas políticos para canalizar los reclamos de una sociedad que está dividida, polarizada e insatisfecha. A nivel país, enfrentamos una situación económica preocupante con altísimos niveles de pobreza y desigualdad. El segundo problema es la inseguridad. Los argentinos hoy se sienten muy inseguros en relación a su futuro en, prácticamente, todos los planos: físico, laboral, económico y con poca esperanza hacia el futuro. Y quizás eso es lo más grave, la falta de perspectiva. De no ver la luz en el camino.
La distancia entre la dirigencia y la gente es creciente. La baja de la concurrencia del 79% al 71% en esta elección respecto a la legislativa del 2017 es una señal clara al respecto. Los desafíos que tiene la clase política, más que cambios, son problemas preexistentes que se han agudizado. La desconexión de la política con la gente, la insensibilidad frente a privilegios y corrupción, la desigualdad, la sensación de que existen dos vidas (las de la gente común y las de la política) es una percepción creciente.
No hay liderazgos claros
La oposición obtuvo un holgado triunfo a nivel nacional, el oficialismo perdió la mayoría en el Senado y en Diputados, ni oficialismo ni oposición quedaron con mayoría. El poder ha quedado repartido en el plano institucional. Esto obligará a negociar y acordar para tener gobernabilidad. El problema es que el no tener liderazgos claros en ninguno de los dos espacios no lo hará fácil. El principal desafío es la gobernabilidad. Nos encontramos hoy sin liderazgos fuertes y con el poder dividido en el plano político e institucional.
La única salida es el diálogo y la búsqueda de consensos para lograr el trabajo conjunto de la dirigencia para enfrentar los problemas del país. Confío en que esto podrá lograrse. Si lo hacemos, el país saldrá adelante.