La humanidad produce más de 430 millones de toneladas de plástico al año, de ellas, dos tercios se transforman en productos de vida corta, que en poco tiempo se convierten en desechos, inundan los océanos y, a menudo, invaden la cadena alimentaria humana con graves daños a la salud.
A diferencia de otros materiales, el plástico creado hace apenas 120 años no se biodegrada: puede tardar varios siglos en descomponerse, por lo que, cuando se desecha, se acumula en el medio ambiente hasta alcanzar un punto crítico.
En 2022, los estados miembros de las Naciones Unidas acordaron una resolución para acabar con la contaminación por plásticos y Comité Intergubernamental de Negociación (CIN) empezó a elaborar un instrumento jurídicamente vinculante sobre el tema, con el objetivo de tenerlo terminado a finales del año pasado.
Las conversaciones se focalizaron en medidas que tengan en cuenta todo el ciclo de vida de los plásticos, desde la extracción y el diseño de los productos hasta la producción y la gestión de los residuos, lo que brinda la oportunidad de diseñar los residuos antes de que se generen, como parte de una economía circular realista.
No sin un constante debate sobre su efectividad y el llamado greenwashing, surgió la iniciativa de los bonos de plásticos a nivel global, sobre las enseñanzas que dejó el mercado de carbono.
Con el paso del tiempo y las sucesivas sesiones, finalmente en agosto de 2025 se definirá un tratado internacional sobre este tipo de contaminación en Suiza. Mientras tanto, y no sin un constante debate sobre su efectividad y el llamado greenwashing, surgió la iniciativa de los bonos de plásticos a nivel global, sobre las enseñanzas que dejó el mercado de carbono.
Un herramienta inspirada en el mercado del carbono
La principal diferencia entre ambos es que los certificados de carbono fueron creados en 1997 por el Protocolo de Kyoto y ya cuentan con un mercado maduro, mientras que los bonos o créditos de plásticos son muy recientes, incluso a nivel internacional y algo controvertidos para algunas organizaciones ambientales.
También se da una polémica porque, según los grupos críticos Break Free From Plastic y Global Alliance for Incinerator Alternatives en el mercado Plastic Credit Exchange (Intercambio de Bonos de Plástico, o PCX) también se otorgan bonos por los plásticos incinerados en hornos de cemento, que en realidad sustituyen una forma de contaminación por otra.
En cualquier caso, en la Argentina hace unos años se creó la organización multisectorial Fundación Banco de Plásticos, que lanzó esta innovadora herramienta para financiar el reciclado y la economía circular. El objetivo del bono de plástico es reducir la brecha de costos entre el material virgen y el reciclado, y le permite a las empresas compensar su huella de plástico al adquirir créditos con los que se financian proyectos de recolección y reciclado por el equivalente a una tonelada de desecho plástico. Si lo hace en forma total, consigue alcanzar el estatus de plástico neutro.
Los primeros bonos de plástico locales provienen de un proyecto de recolección y reciclado de más de 100 toneladas de insumos pesqueros (redes, cajones, sogas y boyas), que se encontraban en el mar y las playas adyacentes a las islas Tova y Tovita, pertenecientes al Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral.
Estos instrumentos de compensación o bonos fueron emitidos por la Fundación Banco de Plásticos, en alianza con PCX y la planta recicladora Cabelma, que fue la empresa encargada de limpiar, triturar y tratar los residuos para incorporarlos en procesos de extrusión y, luego, para la producción de distintos objetos de plástico reciclado.
Costos ambientales, humanos y económicos
El tema de los desechos plásticos es muy complejo porque involucra a todo el planeta desde hace décadas y todavía no es mucho lo que se ha hecho para solucionarlo. La producción masiva de los plásticos de un solo uso, como botellas, bolsas, empaques, vasos y vajilla desechable ha provocado una acumulación descontrolada de residuos en el ambiente con un impacto significativo en la fauna marina, los ecosistemas y la salud humana.
La producción de plástico es uno de los procesos de fabricación más intensivos en energía del mundo. Este material sintético se fabrica a partir de combustibles fósiles, como el petróleo crudo, que se transforman, mediante calor y diversos aditivos, en un polímero. De ahí que, ya desde su producción, la industria genera alrededor de 1.800 millones de toneladas métricas de emisiones de gases de efecto invernadero, lo que implica el 3,4% del total mundial anual.
Pero además, sólo el 9% del plástico mundial se recicla, mientras que el 79% termina en vertederos o el entorno. La contaminación plástica altera los hábitats, reduce la capacidad de los ecosistemas para adaptarse al cambio climático y afecta los medios de vida de las personas, según el Programa de la Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Más allá de otras pérdidas derivadas, la World Wildlife Fund (WWF) estima que los costos sociales, ambientales y económicos del ciclo de vida de los plásticos producidos sólo en un año rondan los cuatro billones de dólares.
El consumo excesivo de estos productos sintéticos y la mala gestión de los residuos plásticos son una amenaza creciente que involucra al sector privado, por su generación, y a los Estados, por el control de su disposición final. Pero también hay responsabilidad de los consumidores que, al final de la cadena, tienen la posibilidad de contribuir a su correcta disposición para el reciclaje.