La política económica tendrá que poner la proa contra el viento – Jorge Vasconcelos
Jorge Vasconcelos, economista Entre 2010 y 2018 el mundo vivió un período inédito de tasas de interés extremadamente bajas e incluso negativas en buena parte de los países desarrollados. Esa etapa de dinero fácil empezó a despedirse por una inflación en los Estados Unidos que comenzó a despertarse. Todo indica que este fenómeno habrá de […]

16 Ene, 2019
Jorge Vasconcelos, economista

Entre 2010 y 2018 el mundo vivió un período inédito de tasas de interés extremadamente bajas e incluso negativas en buena parte de los países desarrollados. Esa etapa de dinero fácil empezó a despedirse por una inflación en los Estados Unidos que comenzó a despertarse. Todo indica que este fenómeno habrá de profundizarse a lo largo del próximo año, con una tasa de interés de corto plazo que la Reserva Federal podría empujar hasta el 3,5% anual hacia fin de 2019. Esta nueva tendencia global afecta el volumen de los flujos de capitales hacia los mercados emergentes y duplica el tamaño del desafío que enfrenta la Argentina en procura de lograr una salida firme de la recesión. Por eso la política económica tendrá que poner la proa contra el viento.

Con un 0,6% semanal en noviembre, la inflación apunta a un andarivel congruente con lo que puede esperarse para 2019. Es un ritmo de casi la mitad del guarismo promedio de los diez primeros meses del año y permitiría que en diciembre la tasa de interés de política monetaria perfore el piso de 60%, en una pendiente que podría aterrizar en el 45% hacia fines del primer trimestre. De cualquier forma, no será posible evitar una recuperación renga. La tasa de inversión seguirá cayendo, tanto por la menor obra pública, dadas las restricciones presupuestarias, como por las limitaciones que enfrenta el sector privado, por la subsistencia de un elevado riesgo país, los nubarrones sobre el horizonte político y la dificultad para obtener financiamiento de largo plazo. Además, la recesión ha ampliado más de lo previsto la proporción de capacidad ociosa de las plantas en una gama amplia de sectores.

Le tocará, entonces, a las exportaciones compensar buena parte de lo que la inversión esté restando, de la mano de la agroindustria, luego de la sequía de la última campaña, y de las ventas a Brasil, tras su recesión más profunda en cien años.

Dejar atrás la sequía implicaría un salto del orden de los 6.000 millones de dólares en las exportaciones de 2019 y, agregando el “efecto Vaca Muerta” del lado de los combustibles y la leve recuperación del comercio con Brasil, la Argentina podría perfectamente pasar de 62.000 a 70.000 millones de dólares en sus exportaciones de bienes, sin contar el plus aportado por servicios como el turismo.

De todos modos, dada la limitada participación de las exportaciones en el PIB, la salida de la recesión no sería factible si el consumo no comenzara a recuperarse. De allí la relevancia de que la inflación en las últimas semanas esté convergiendo a un ritmo semanal de 0,6%, suficiente para que una franja amplia de los trabajadores deje de perder poder adquisitivo en el margen. Este fenómeno se verá reforzado por el bono de fin de año, que implica un plus del orden del 5% de la masa salarial total del país.

Por supuesto que la evolución del consumo necesita de inversiones, empleo y productividad para ser sustentable. La disociación de estas variables sólo puede darse de modo transitorio, mientras el horizonte político se define. Si, como todo indica, habrán de ser tres y no dos las principales opciones a nivel presidencial para 2019, esto aumenta las chances de un proceso electoral que preserve proyectos de inversión, al descartarse cambios abruptos de reglas de juego.

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