El ánimo reformista con el cual el Gobierno comenzó la segunda mitad de su mandato se viene deshilachando con el paso de las semanas. Tras haber logrado la aprobación en el Congreso de versiones bastante anodinas de las reformas tributaria y previsional, todo parece indicar que a la reforma laboral le aguarda el mismo destino, reduciéndose apenas a un proyecto de blanqueo de los trabajadores informales.
Una clara señal de este cambio de ánimo fue el discurso del presidente Mauricio Macri en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, donde enfatizó que “lo peor ya pasó y ahora vienen los años en los que vamos a crecer”, cuando la verdad es que apenas se puede decir que el proceso de reordenamiento de la economía comenzó y hay enormes esfuerzos por delante si queremos llegar a buen puerto sin estrellarnos, una vez más, contra una nueva crisis.
La única “lucha” que el Gobierno parece dispuesto a dar en esta primera etapa del año es la de intentar imponer una pauta de aumentos salariales cercana al 15% y sin cláusula gatillo, en un año en el que las expectativas sitúan a la inflación en el 20% y no en la meta revisada en diciembre del año pasado.
Esto se suma al esfuerzo fiscal al que la administración se comprometió para el 2018, que implica bajar el déficit primario del 3,9% del PBI del año pasado al 3,2% del PBI.
Parece poco frente a los enormes desequilibrios que aún persisten, como el propio déficit fiscal, que sumando los intereses de la deuda y los rojos provinciales llega al 7% del PBI, y el externo, con una balanza comercial que cerró el 2017 con un saldo negativo de 8.500 millones de dólares y que abrió el 2018 con uno de casi 1.000 millones de dólares. Todo esto en un mundo que se va tornando menos favorable para un país con fuertes necesidades de financiamiento como el nuestro, con la suba en la tasa de interés del Bono del Tesoro norteamericano a 10 años, que se instaló en las últimas semanas cerca del 3%, y con la fuerte sequía que viene afectando al campo que se suma al cóctel.
¿Ha quedado traumado el Gobierno tras los disturbios que acompañaron el proceso de aprobación de la reforma previsional en diciembre del año pasado? ¿O sencillamente se reconoce sin la fuerza necesaria para lograr que reformas más ambiciosas atraviesen el trámite parlamentario, dada la constitución que hoy tiene el poder legislativo? ¿O ya tiene la cabeza demasiado puesta en las elecciones presidenciales del 2019, donde vislumbra una victoria segura y no quiere hacer nada que pueda amenazarla?
Son todos interrogantes que iremos desentrañando con el transcurrir de los próximos meses. De lo que no quedan dudas es que los ánimos reformistas han amainado y esto hace que se vayan formando importantes nubarrones en el horizonte económico de la Argentina.