En estos días todos aquellos que estamos preocupados por el curso de la economía permanecemos expectantes de las negociaciones del Gobierno con el Fondo Monetario Internacional para reestructurar los pagos de la deuda con el organismo.
Sin duda, este acuerdo es de gran importancia en un contexto financiero muy delicado, con un exceso de pesos en la economía que, en cualquier momento, ante cualquier mala noticia, pueden volcarse masivamente sobre el mercado cambiario. Y donde el Banco Central está con un poder de fuego sumamente limitado por la escasez de reservas internacionales. Esto se observa claramente si uno compara las reservas internacionales con la cantidad total de efectivo en poder del público, más los depósitos en cuenta corriente y cajas de ahorro (M2), una relación que se encuentra en su nivel más bajo desde que se inició este mandato.
La fragilidad de la situación parece ser percibida por amplios sectores del Gobierno. Resultó saludable, en este sentido, escuchar el otro día al diputado nacional electo Leandro Santoro advirtiendo sobre las consecuencias de un default con el Fondo, y señalando que si no hay un acuerdo, “al otro día tenés una corrida”.
Pero, lamentablemente, quizás lo único que posibilite en lo inmediato un acuerdo con el organismo es eso, demorar el colapso, para ganar algo de tiempo.
Aún el mejor acuerdo posible con el fondo, que incluya compromisos claros del Gobierno en materia de reducción del déficit fiscal y la inflación, de eliminación de los controles de cambio y de las restricciones a las importaciones e, incluso, de reforma de las leyes laborales y del sistema jubilatorio, no va a tener efectos inmediatos en lo esencial, que es poner en marcha, finalmente, un proceso de crecimiento sostenido luego de diez años de estancamiento.
Es que las autoridades políticas y económicas hoy enfrentan un grave problema de credibilidad del gobierno argentino. Lo más probable es que el acuerdo sea percibido como un acto de supervivencia de un animal acorralado y no como un intento genuino por generar un marco óptimo para la movilización de las fuerzas productivas.
Por lo tanto, todo aquello que el Gobierno pueda hacer para brindar garantías de que lo acordado con el Fondo se va a cumplir a rajatabla, en la medida en que esto sea sustancioso y no una solución de compromiso, va a incrementar la velocidad con la que se van a poner en marcha las inversiones productivas necesarias para retomar el crecimiento.
En esta línea, sería bienvenido que el presidente Alberto Fernández acompañe el entendimiento con el organismo con un relanzamiento de su gestión que incluya cambios en algunos funcionarios clave que ya se encuentran muy desgastados y cuya presencia no ayuda a brindar esas señales tan necesarias. Esto redundaría en claros beneficios para la Nación y para sus posibilidades electorales en 2023.