El día después de la pandemia
A medida que se van habilitando nuevas actividades que fueron interrumpidas para evitar la propagación del coronavirus y la saturación del sistema sanitario y, con la reestructuración exitosa de la deuda pública, se va acercando el día en que las autoridades deban concentrar todo su esfuerzo en ver cómo hacen para que la economía argentina […]

18 Sep, 2020

A medida que se van habilitando nuevas actividades que fueron interrumpidas para evitar la propagación del coronavirus y la saturación del sistema sanitario y, con la reestructuración exitosa de la deuda pública, se va acercando el día en que las autoridades deban concentrar todo su esfuerzo en ver cómo hacen para que la economía argentina salga del estancamiento en el que se encuentra desde 2011.

Y aquí no se va a tratar meramente de lograr que la economía recupere el nivel que tenía antes del estallido de la pandemia. Se deben generar las condiciones para que de una vez por todas se ponga en marcha la inversión privada, el principal motor de crecimiento de una economía capitalista. 

Las políticas que se llevaron adelante desde el 2008 establecieron una serie de desincentivos para la inversión que se intentó desarticular durante la gestión anterior pero sin garantizar la permanencia de la nueva situación en el tiempo. 

Lamentablemente, con el argumento de aliviar las dificultades que la población está atravesando como consecuencia de la crisis provocada por la pandemia de COVID-19, la administración actual viene retrocediendo en ese aspecto. Es muy difícil que los proyectos de inversión apuesten a un país en el que en cualquier momento se puede intervenir en forma arbitraria en el precio de bienes o servicios, como sucedió hace algunas semanas con el congelamiento de las tarifas de Internet, telefonía y televisión por cable, y en el que sobre sus emprendimientos pende la amenaza constante de nuevos impuestos para cerrar el enorme agujero de las cuentas públicas. Un país, además, en el que no se tiene garantizado el acceso a los insumos necesarios para llevar adelante el proceso productivo, por los permanentes obstáculos a las importaciones y las dificultades para acceder al mercado cambiario.

El Gobierno pretende dar una señal positiva con la aprobación del presupuesto nacional para el año que viene, con un déficit fiscal primario del 4,5% del PBI. Resulta positivo que se plantee para un año electoral una reducción tan significativa con respecto a la cifra que se prevé para este 2020 (superior al 8% del PBI), pero el problema es que el desequilibrio continuará siendo muy elevado, y se mantendrá al menos durante un año más la incertidumbre con respecto a la posibilidad de nuevos avances del fisco sobre los ingresos de los particulares y las empresas.

Todo indicaría que tendremos que conformarnos con lo que se viene anunciando: se buscará la reactivación de la economía a través de la obra pública y de programas de préstamos blandos que van a chocar, en algún punto, contra la falta de divisas, y pondrán presión sobre el mercado cambiario, alimentarán la inflación y lograrán apenas un rebote, pero no un crecimiento genuino.

Todo parece indicar, entonces, que completaremos una nueva década perdida sin poder ver luz al final del túnel.

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