El lado positivo de la devaluación
Mientras se publican día tras día distintas estadísticas que dan cuenta del fuerte impacto de la devaluación del peso de los últimos meses sobre el nivel de actividad económica, a fines de julio se conocieron un par de datos que reflejan el lado positivo que siempre tiene un incremento en el tipo de cambio: la […]

22 Ago, 2018

Mientras se publican día tras día distintas estadísticas que dan cuenta del fuerte impacto de la devaluación del peso de los últimos meses sobre el nivel de actividad económica, a fines de julio se conocieron un par de datos que reflejan el lado positivo que siempre tiene un incremento en el tipo de cambio: la reducción del desequilibrio externo.

Por un lado, el déficit comercial de junio, de 382 millones dólares, fue el más bajo de los últimos 14 meses, un periodo en el cual se registraron desequilibrios mensuales de hasta 1.510 millones, como en noviembre del año pasado. Las exportaciones ascendieron a 5.076 millones y las importaciones, a 5.458 millones, con una caída interanual del 7,5%, la primera desde noviembre de 2016. Por otro lado, en junio también se registró una caída del 33% del déficit de turismo en relación al mismo mes del año pasado. Los egresos por viajes y otros pagos con tarjeta en el exterior y transporte de pasajeros hacia otros países sumaron en el mes 731 millones de dólares, su nivel más bajo desde junio de 2015.

Naturalmente, el brusco aumento del precio de los bienes y servicios extranjeros provocado por la devaluación del peso generó una contracción de la demanda de los mismos por parte de los residentes nacionales. En una segunda etapa, debería comenzar a registrarse un aumento de las exportaciones motivado por la mejora de la rentabilidad generada por la corrección cambiaria. Este aumento se debe dar, primero, por un mayor uso de la capacidad instalada y, después, de darse las condiciones adecuadas, por un incremento de la capacidad de producción a través de la realización de inversiones.

En este último punto es en donde surgen los interrogantes. Es que los buenos indicadores que se vienen registrando no son todavía el resultado de una mejora estructural de la economía. En estos últimos meses los dólares que vienen ingresando para cubrir el déficit fiscal pasaron de financiar el exceso de importaciones y de gastos de los argentinos en el exterior a financiar la fuga de capitales. Si la fuga de capitales se interrumpiera o si este gobierno o el que venga después decidiera restablecer el control de cambios y/o subir aranceles e imponer restricciones a las importaciones, el valor real del dólar, que hoy favorece a las actividades exportadoras, podría caer nuevamente.

La única manera de transformar estas buenas señales del frente externo en el puntapié inicial para un proceso de crecimiento equilibrado es, por un lado, que el Gobierno avance en el cumplimiento del compromiso que asumió con el Fondo Monetario Internacional de reducir con mayor determinación el déficit fiscal, un objetivo que indudablemente no será fácil de lograr de cara a un 2019 con elecciones presidenciales. Y, por otro lado, es importante que las fuerzas políticas con chances de llegar al poder generen consensos básicos con respecto a los lineamientos que seguirá la economía argentina en los próximos años, de manera tal que aquellas empresas que estén dispuestas a desarrollar el potencial exportador del país no se vean disuadidas por la posibilidad de que en cualquier momento se tomen medidas que cambien de un plumazo la ecuación de rentabilidad de las inversiones necesarias.

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