La elección de vivir sin inflación
De acuerdo a las estimaciones privadas, la inflación se ubicó en abril en torno al 4%. De esa manera, completó el primer cuatrimestre con un aumento de los precios superior al 17%, aun contando con la ayuda del ancla cambiaria, con el dólar oficial que se incrementó en el mismo período un 11%. Y, a […]
Editorial Mayo

7 May, 2021

De acuerdo a las estimaciones privadas, la inflación se ubicó en abril en torno al 4%. De esa manera, completó el primer cuatrimestre con un aumento de los precios superior al 17%, aun contando con la ayuda del ancla cambiaria, con el dólar oficial que se incrementó en el mismo período un 11%.

Y, a pesar de este pésimo resultado, que anticipa para este 2021 una inflación que muy probablemente superará el 36% del año pasado, el Gobierno da claras señales de que controlarla no es una prioridad de su gestión.

La reciente interna entre el ministro de economía Martín Guzmán y el subsecretario de energía eléctrica Federico Basualdo, que se resolvió a favor de este último, apoyado por Cristina Fernández de Kirchner y su hijo Máximo, fue contundente en este sentido. El tímido intento del ministro de evitar un aumento de la participación de los subsidios a los servicios públicos en el PBI y encaminar el déficit fiscal primario hacia el poco ambicioso objetivo del 4,2% del PBI previsto en el presupuesto de este año se encontró con un rechazo inapelable de la vicepresidente, que ha dañado su imagen y credibilidad.

Es que en esa disputa se encuentra el núcleo del problema inflacionario: el déficit fiscal. Si bien no es la única causa de la inflación, es la principal, la condición necesaria para empezar a solucionar el problema. Y la desautorización tan brutal de un ministro de economía que busca dar señales de que se pretende avanzar en la corrección de ese desequilibrio es una manifestación política clara con respecto a la importancia que tiene este grave flagelo para la actual administración o, al menos, para sus figuras más poderosas.

Sin duda que esta postura surge de una evaluación de las preferencias y preocupaciones del electorado. Claramente, la población argentina no termina de tomar conciencia del vínculo estrecho que existe entre la inflación y la escasez de puestos de trabajo, la caída de los salarios reales y el crecimiento de la pobreza. Los entornos inflacionarios son un fuerte desincentivo para la inversión privada y, a través de este efecto, impactan en esas tres variables tan esenciales para la calidad de vida. En los últimos 70 años, de los cuales sólo en trece la inflación fue menor al 10%, la economía argentina registró un importante retroceso relativo con respecto al resto de las economías del mundo, y la inestabilidad de los precios fue un factor central detrás de esa evolución.

Se debe insistir a través de todos los medios posibles para que la población identifique e incorpore este conjunto de causalidades que llevan desde el déficit fiscal, hasta la falta de trabajo y la pobreza, pasando por la inflación. Se trata de hacer un pequeño esfuerzo hoy, en términos de reducción del déficit fiscal, para garantizar un futuro más promisorio a nuestros hijos. En este año electoral la gente tiene la posibilidad de elegir vivir sin inflación.

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