Un fenómeno muy preocupante que ha surgido de la transición política del año pasado y la profunda crisis económica ligada a ella es el creciente número de argentinos que manifiesta estar evaluando abandonar el país en busca de destinos más estables y prósperos.
Es un resultado natural, por un lado, de ocho años de estancamiento económico. En el 2019, la actividad económica fue un 2,6% inferior a la del 2011. Pero aun más que eso, por otro lado es producto de la ausencia de un horizonte que permita vislumbrar algún tipo de promesa. Los argentinos que piensan en el exilio se sienten dentro de un túnel completamente oscuro, sin el más mínimo haz de luz que dé alguna esperanza de encontrar la salida.
Y en esta sensación tiene una incidencia fundamental la llamada “grieta”. Si se percibe que un porcentaje amplio de la población no sólo tiene algunas discrepancias sino que tiene una visión completamente distinta del rumbo que se le debe dar a la economía y al país, es difícil ver la luz al final del túnel. Es casi una garantía de que continuaremos en forma interminable en este tránsito pendular entre dos modelos alternativos de Nación.
Con este panorama es imposible tener expectativas de que la economía vaya a ingresar alguna vez en una senda de crecimiento sostenido. Es muy limitado el volumen de inversiones que se puede poner en marcha en un contexto en el cual todo puede cambiar en cualquier momento. Por lo tanto, se podrá atravesar períodos de crecimiento como el del 2003-2011, apuntalados por ciclos favorables de los precios de los bienes exportables, pero cuando se terminen, se caerá nuevamente en situaciones de estancamiento o de bajo crecimiento.
El creciente número de argentinos que está evaluando emigrar debe ser una señal de alarma para todos. Es una espantosa mueca del destino para un país que entre 1857 y 1914 recibió a 3,3 millones de personas (con una población que en 1869 apenas llegaba a los 1,9 millones) y en el cual al final de ese período el 30% de la población era de origen extranjero.
Es una necesidad urgente que los líderes de la Nación puedan plantear un proyecto de país lo más inclusivo posible que permita recuperar la fe de los argentinos en el futuro. Y es una responsabilidad de cada uno de nosotros cambiar la actitud de confrontación que nos caracteriza, hacer un esfuerzo para encontrar en el otro lo que nos une y no lo que nos hace distintos.
Quizás podamos hallar alguna esperanza en la noticia económica de estos últimos días, el logro de un acuerdo entre el Gobierno y los tenedores de bonos emitidos bajo legislación extranjera. Es un primer paso para ir delineando un horizonte macroeconómico que brinde posibilidades para el crecimiento. Y lo que es más importante es que parece haber contado con el apoyo una amplia mayoría de la población. Que este sea el primer ladrillo para construir ese futuro promisorio que pueda albergarnos a todos.