Un crecimiento vulnerable
En las últimas semanas se conocieron datos muy positivos sobre la marcha de la economía. El nivel de actividad arrancó el año con un vigoroso crecimiento del 4,1% interanual en enero. Y febrero también se perfila muy bien, a juzgar por los incrementos del 16,6% en la construcción y del 5,3% en la industria que […]

19 Abr, 2018

En las últimas semanas se conocieron datos muy positivos sobre la marcha de la economía. El nivel de actividad arrancó el año con un vigoroso crecimiento del 4,1% interanual en enero. Y febrero también se perfila muy bien, a juzgar por los incrementos del 16,6% en la construcción y del 5,3% en la industria que reportó el Indec para ese mes en relación a febrero de 2017.

Sin embargo, sin dejar de festejar el hecho de que la economía está creciendo por segundo año consecutivo por primera vez desde el 2011, no se pueden soslayar los datos preocupantes que surgen mes a mes del intercambio comercial de nuestro país con el resto del mundo. En febrero, el déficit comercial volvió a superar los 900 millones de dólares y suma 1.872 millones en el primer bimestre. Todo parece indicar que este año se va a superar el saldo negativo récord del año pasado, de 8.471 millones de dólares.

Hay que tener en cuenta, además, que si al saldo de bienes se le agrega el de servicios reales, el resultado negativo ascendió a 15.300 millones de dólares en 2017.

Todo esto significa que el crecimiento económico que viene teniendo el país es altamente dependiente del financiamiento internacional. Sólo es posible gracias a que los importadores argentinos obtienen de los emisores de deuda locales, principalmente el gobierno nacional y los provinciales, una parte significativa de las divisas que necesitan para realizar sus operaciones. No podrían alcanzar el volumen actual de transacciones utilizando sólo las divisas generadas por las exportaciones. Este hecho le da una gran vulnerabilidad al crecimiento, que se transformaría en una caída estrepitosa si la oferta de dólares financieros se cortara por algún motivo, ya sea porque los inversores comiencen a dudar de la capacidad de nuestro país para pagar su creciente deuda (la externa se incrementó en el 2017 cerca del 30% y superó los 230.000 millones de dólares) o porque se dispare una fuga de capitales de los mercados emergentes a partir de algún evento externo.

Y, si bien no se espera en el corto plazo un escenario de esas características, resulta indudable que la amenaza de que eso suceda es hoy más sustanciosa que meses atrás, por el aumento en las tasas de interés internacionales que se registró en las primeras semanas del año y el conflicto comercial entre China y Estados Unidos, que viene generando turbulencias en los mercados globales.

El Gobierno debe analizar seriamente si, frente a este terreno más accidentado, no debe modificar su hoja de ruta –con la que se siente claramente cómodo de cara a las elecciones presidenciales del 2019 pero que plantea evidentes riesgos–. Aplicar un plan más ambicioso de reducción del déficit fiscal, favorecer un dólar más competitivo y retomar la agenda de reformas económicas que dejó relegada son algunas de las opciones que tiene a mano. En la medida en que prefiera mantener esta senda, el crecimiento que tanto costó conseguir continuará pendiendo de un hilo.

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