Una gran oportunidad
Tras un comienzo promisorio, el 2018 se fue dejando gran preocupación como consecuencia de la fuerte caída en el poder adquisitivo de los salarios provocada por la devaluación del peso que, hacia octubre (último dato disponible), acumulaba un 16,5%. Asimismo, la merma en los ingresos y el aumento en la desocupación explican el incremento en […]

28 Ene, 2019

Tras un comienzo promisorio, el 2018 se fue dejando gran preocupación como consecuencia de la fuerte caída en el poder adquisitivo de los salarios provocada por la devaluación del peso que, hacia octubre (último dato disponible), acumulaba un 16,5%. Asimismo, la merma en los ingresos y el aumento en la desocupación explican el incremento en la pobreza, que ya se observó en el primer semestre del 2018 (con un 27,3% de la población en esa situación) y seguramente será mayor cuando se conozca la medición correspondiente a la segunda mitad del año.

Pero, al mismo tiempo, el 2018 ha dejado avances importantes en materia macroeconómica, avances que claramente no fueron el resultado de un plan cuidadosamente articulado por las autoridades económicas pero que no por eso dejan de ser bienvenidos, más aun cuando a pesar de las turbulencias que atravesamos a lo largo del año se ha logrado una estabilización de la situación.

En este ámbito se destaca, por un lado, la reducción del desequilibrio fiscal, con un déficit primario que cayó del 2,7% al 1,5% del PBI entre enero y noviembre del año pasado y el mismo período del año anterior y se encamina a cumplir con el objetivo del 2,7% previsto para el 2018, contra el 3,9% del 2017. Pero también ha sido especialmente relevante la mejora en la situación externa. En noviembre el país registró un superávit comercial por tercer mes consecutivo, un hito que no se alcanzaba desde septiembre de 2016.

Sin lugar a dudas, los aspectos positivos y negativos del 2018 se encuentran estrechamente ligados. Era prácticamente imposible para el actual gobierno, por la situación desde la que había partido, lograr avances en materia macroeconómica que no tuvieran un impacto social negativo. Por ejemplo, recortar los subsidios a la tarifas de los servicios públicos para bajar el déficit fiscal tiene un impacto directo en el poder de compra de los salarios. O permitir una suba del dólar que vuelva más competitivos los bienes y servicios argentinos frente a los extranjeros también golpea inevitablemente el bolsillo de la gente. Pero lo importante es generar lo más rápido posible las condiciones para que los empresarios vuelvan a invertir y crear puestos de trabajo en nuestro país. Esa es la manera para que esta situación difícil sea meramente coyuntural y no algo permanente.

Es en este punto en donde hay que dejar atrás el 2018, que ya es parte del pasado, y mirar hacia adelante a la gran oportunidad que el año que ha comenzado presenta. Precisamente, la elección presidencial brindará la posibilidad de ratificar el rumbo económico, un rumbo que no tiene porqué ser garantizado sólo por la coalición gobernante. De hecho, sería incluso mejor que pudiéramos mostrar que, aun con alternancia política, se mantienen ciertas cuestiones básicas. Si los argentinos, a pesar de las dificultades, elegimos en octubre continuar con los actuales lineamientos macroeconómicos, estaremos dando una importante señal a aquellos que encuentran en nuestro país interesantes oportunidades de inversión pero que no se animan a colocar su dinero en ellas por temor a los bruscos cambios de reglas de juego que nos caracterizan. Y ese será un paso fundamental no sólo para dejar atrás las penurias que hoy estamos sufriendo sino también para poner en marcha, finalmente, un proceso de crecimiento sostenido en el tiempo.

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